EL CAMINO DE LA CRUZ EN EL EVANGELIO DE MARCOS

 JOSÉ LUIS AVENDAÑO, Chile
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8.    (I. EL CAMINO DE LA CONFESIÓN)  :  Consideraciones finales

“Y vosotros, ¿quién decís que yo soy?”. Pregunta abierta que sólo puede contestarse desde el camino, su dinámica sus desafíos. No obstante, se torna indispensable, a mi juicio, situar el asunto tocante a la dignidad de Jesús bajo un esfuerzo de comprensión que sea capaz de desbordar y superar, partiendo del antiguo testamento, los estrechos límites de aquella causativa, acaso mecanicista apología “promesa-cumplimiento”, como, desde el nuevo, el formulismo quizá demasiado simplista y estereotipado del “secreto mesiánico”, de modo tal que desde la primera posición y fundamento se pueda comprender de que en aquel conjunto de símbolos y figuras entrelazadas con el devenir histórico de Israel, se barrunta ya el horizonte de aquellas grandes expectativas de una salvación escatológica por venir, las cuales son comprendidas a una por el mensaje central de todo el nuevo testamento y, así asumidas, como encarnadas y radicalmente afianzadas en la persona y la proclamación de Jesús de Nazaret. De este modo, frente a la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mt 11, 3 par), cristianismo y judaísmo (y las religiones del mundo) establecen ya su toma de posición. Ciertamente el sí de la respuesta cristiana no puede constituirse ni menos proyectarse sobre la base de un vaciamiento total de este gran acervo de esperanzas y promesas que entraña toda la historia de Israel (tampoco en algún tipo de superioridad ontológica respecto al resto de las religiones del mundo), pero debe, empero, insistir también e el carácter definitivo de su respuesta: Jesús, la novedad de vida y salvación, presente en su mensaje y su persona y, no, en asociación inmediata, material y hasta consustancial si se quiere, -aunque tal asociación resulte prácticamente ya a esta altura inseparable- con aquel marco histórico e institucional en que esta respuesta ha tomado forma y cuerpo hasta nuestros días, y esto, utilizando un término de Berger y Luckmann, a modo de un gran “universo simbólico”[59]: “La Religión Cristiana y su institucionalidad eclesiástica en el marco de la civilización y la cultura occidental”.

Sea esta quizá la argumentación más recurrentemente esbozada por autores judíos en su no solidaridad y distanciamiento con la comprensión mesiánica del cristianismo, en la que la síntesis del problema viene dada, por un aparte, tanto por el carácter transitorio de quien según el cristianismo es el depositario de todas estas esperanzas y promesas veterotestamentarias, Jesús, tanto, como por la proclamación de la Iglesia Cristiana que afirma que ya a partir de éste, la redención de la humanidad y de la creación toda ya ha sido instalada y en clara vía de ser consumada, al menos como realidad espiritual que toma forma institucional y corpórea en la proclamación y estructura de la Iglesia. Así, de este modo, el gran pensador judío Gershom Sholem[60], tomando partido en la discusión contrapone a esta comprensión cristiana del mesianismo la comprensión y perspectiva mesiánica del judaísmo, según la cual mesianismo y reino del Mesías compromete la ausencia radical de todo mal y falta, la redención concreta y definitiva de la creación y la humanidad y no sólo un anticipo que se experimenta y se despliega como realidad espiritual en alguna especie de ya y todavía no, ni menos cuya presencia y materialidad pueda quedar cristalizada en la forma culturalmente occidentalizada de la Iglesia Cristiana.

Y, sin embargo, el gran despliegue de configuraciones mesiánicas que bullen actualmente en nuestra cultura occidental, trascienden con mucho aquellas de orden estrictamente religioso, aunque todas ellas, a decir verdad, pretendan conferirle a su construcción social de la realidad un sentido último y definitivo. Mesianismos que hunden sus raíces de afirmación y perpetuación en el poder como meta última, y en la eliminación de quienes le resultan disímiles, molestos, inoportunos, débiles, etc., como mecanismo de control social y selección de sus discípulos. Tales mesianismos también plantean su propia llamada al seguimiento, y exigen de sus seguidores fidelidad total. Pero la meta última de estos caminos mesiánicos no incluye la plena deshumanización del ser humano sino la autodivinización de unos pocos, en tanto que la deshumanización de los muchos. Frente  a aquella bestial lucha de estos diocesillas por el poder, siempre ávidos del sacrifico de nuevas víctimas inocentes para afianzar sus modelos mesiánicos, el camino de Jesús, el Hijo del hombre, su llamado al seguimiento, no sólo continúa siendo aquel gran caudal de esperanza y redención para un mundo tan abismantemente desesperanzado, cruel e irredento, sino, a su vez, aquella gran fuerza de resistencia contra aquella exigencias de adoración que tales mesías reclaman.

 

[59]Meter L. Berger-Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 1989, 120ss. Entendido tal universo simbólico como: “El nivel más amplio de legitimación y matriz de todos los significados objetivados”

[60]Gershom Sholem, especialmente, Para comprender la idea mesiánica en el judaísmo, en, Conceptos básicos del judaísmo. Dios, creación, revelación, tradición, salvación, Trotta, Madrid, 1989, 99-139.