EL CAMINO DE LA CRUZ EN EL EVANGELIO DE MARCOS

 JOSÉ LUIS AVENDAÑO, Chile
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4.         ¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Quién dicen ustedes que yo soy? (27-29a)

No cabe duda que 8, 27-29 (¿30?) ha circulado desde un primer momento como unidad suficientemente ya fijada y compacta, y de esta forma ha sido utilizada por el evangelista quien por medio de la utilización redaccional de la estricta orden del silencio, ya en v.30 engarza ésta con el primer anuncio de la pasión (31-33). La indicación de lugar, JH 6f:"H 5"4F"D,\"H J­H M48\BB@L *), no puede ser explicada en mi opinión como una ulterior adición redaccional del evangelista[12], puesto que tal mención toponímica única en todo el evangelio y, en cuanto localidad geográfica, claramente constatable en la Palestina de tiempos de Jesús, sólo hallaría justificación en tanto se arrimara al recuerdo de una concreta tradición local, siempre unida a la confesión de Pedro. Sin embargo, es posible suponer aquí que en la alusión a las “aldeas de Cesarea de Filipo”, subyazca una cierta tensión, más teológica que local entre º 6f:0 y JH 6f:"H. Esto último viene sugerido ya por el abismante contraste entre 8, 26b y 8, 27.

*) Los caracteres griegos son: WP Greek Century. Los de hebreo son: WP Hebrew David - de esta página web: http://members.fortunecity.es/todofuentes1/index/descarga/simbolos/lenguas.htm .

 

90*¥ ,ÆH J¬< 6f:0< ,ÆFX82®H (8, 26b)

5"Â ¦>­82,< Ò [0F@ØH 6"Â Ò :"20J"Â "ÛJ@Ø ,ÆH JH 6f:"H 5"4F"D,\"H J­H M48\BB@L (8, 27a)

En el primer caso, Jesús necesita sacar al ciego “fuera de la aldea”, para poder curarlo, prohibiéndole terminantemente regresar a ella. Como si la “aldea” (º 6f:0), fuera la principal causa de su ceguera. En el segundo, en cambio, “las aldeas” (JH 6f:"H), es al lugar al que se dirige Jesús y sus discípulos, en cuyo camino Jesús declara a estros la profundidad de su destino y de su persona. Y es que si seguimos en la pista tan bien construida por Juan Mateos[13], en términos de que toda vez que en el evangelio de Marcos se utiliza el término plural 6T:"\, se trataría más bien de los enclaves en donde Jesús desarrolla su enseñanza y predicación (6, 6b; 6, 56; 8, 27), a diferencia del singular 6f:0, que daría cuenta más bien de la casa de instrucción judía, podemos llegara  concluir con arreglo a 8, 27 lo siguiente: 1) Quien quiera ser un discípulo debe abandonar la seguridad, que a la vez enceguece, de la “aldea” y su propia comprensión institucionalizada de Cristo de Israel. 2) Pues sólo puede comprender el destino y el impacto de la persona de Jesús, y confesarle como tal, aquel que le ha encontrado en la enseñanza y en la predicación de las “aldeas”, y le sigue ahora por el camino. Ahora bien, se debe reconocer, por otra parte, que la configuración final del pasaje se resiente del interés marcado del evangelista por conducir todo aquel relato dentro de los límites claramente establecidos por la temática del seguimiento y de la cruz. De modo tal, entonces, que en esta sección del camino, sería impensable para Marcos una confesión e estos términos sin la inmediata verificación de ambos conceptos. Así, luego de 27-30, el primer anuncio de la pasión (31-33) y la insistencia en el seguimiento bajo al cruz (8, 34-9, 1) corroboran suficientemente aquello.

Por lo demás, de que aquí se trata del camino básica y fundamentalmente de Jesús y bus discípulos, lo anuncia ya el comienzo mismo de esta subdivisión: 5"Â ¦>­82,< Ò [0F@ØH 6"Â Ò :"20J"Â "ÛJ@Ø (27). Es el camino de la revelación de la identidad de aquel a quien se sigue y de la instrucción de su camino, sus costos y sus desafíos. No creo, por lo tanto, que haya razones contundentemente irrebatibles como para suponer que un redactor anterior a Marcos haya puesto sin más en boca de los discípulos opiniones populares acerca de la persona de Jesús[14]. Tales impresiones vertidas por los discípulos en cuentan, en mi opinión, una natural y directa relación con aquella comprensión todavía en cierto modo difusa e incipiente de parte de éstos mismos sobre quién sería realmente aquel que les ha llamado a abandonarlo todo y seguirle y, aquello, sin perjuicio alguno de los propios discípulos se constituyan también, si es que no pretendemos sustraerlos de todo contacto con las concepciones naturales de su mundo entorno, en canales por los que fluyan los estereotipos y expectativas de la religiosidad popular y la forma en que éstas se conectan con la persona de su Maestro: Juan Bautista, Elías o uno de los profetas.

Ciertamente, de la primera impresión que Jesús recibe de sus discípulos tocante a su persona y, tal respuesta, en conformidad con los afectos e intuiciones del pueblo, se colige del camino de Jesús, sus gestos, su persona, su mensaje no han pasado imperceptibles entre los hombres y mujeres que conforman la colectividad, ellos están dispuestos a reconocer en el galileo la figura de un personaje cuyo carisma[15] le confiere una ascendencia indiscutible sobre lo demás[16]. Se debe reconocer, a su vez, que la pregunta que formula Jesús a sus discípulos en 8, 27ss, no se ciñe a los estrictos cánones de preguntas y respuestas a las que los rabinos tenían por costumbre someter a sus alumnos, cual cuestionario escolar. Por el contrario, Jesús no ha buscado aquí en este libre diálogo que él mismo ha abierto, el apoyo para la fundamentación de las respuestas de la erudición más capacitada y competente, él más bien pretende recoger por medio de sus testimonios la opinión colectiva en las que descansan las entrañables esperanzas de toda una nación: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (8, 27), para luego dirigir su atención, como en círculo concéntrico cada vez más reducido, a la opinión que ellos mismos, sus discípulos, albergan sobre su persona: “Y vosotros, ¿quién decís que yo soy?” (8, 29). Ahora bien, ¿Quién podría desconocer todo el suspenso con que el narrador ha querido colorear esta escena?[17]. Por una parte, el lector que ya ha tomado contacto directo desde el inicio del evangelio con la singularidad de la perusina de Jesús, por otra, la respuesta dubitativa de los discípulos que, además del poner al descubierto toda su falta de comprensión respecto de la persona de Jesús y de servir de ocasión para una nueva instrucción del discipulado por éste, empuja al lector a tomar partido en el relato, al punto de querer dar éste su propia respuesta.  Y es que así lo exige esta sección del camino, quién sea aquel a quien se le sigue durante este trayecto, lo podrá descubrir y en consecuencia responder únicamente aquel que básicamente y ante todo eso es lo que hace: “le sigue por el camino”, y no meramente responde estáticamente desde un punto neutro y lejano, desligado y descarnado de su propia participación existencial y como haciéndonos cargo de impresiones exteriores simplemente de arraigo popular. A decir, verdad, quien de tal forma responde o ha dejado ya de seguirle o bien nunca lo ha seguido, por lo tanto para Marcos constituye tan sólo parte del pueblo no siendo, en propiedad, un discípulo.

Que la caracterización que el evangelista ofrece sobre los discípulos, independientemente del talante de su anterior respuesta, sea claramente contrastante, no existe al respecto mucho margen de duda. Así, en pasajes, estos pueden despertar todas las simpatías del lector, como, a su vez, paso seguido, el repudio por su incomprensión y obcecación. Ellos, los discípulos, son los que en medio del trayecto de este camino experimentan la constante tentación de volver al refugio de su mundo conocido, a sus antiguas concepciones de Mesías, de reino, de recompensa, ellos son los que han visto el obrar kerigmático y taumatúrgico de Jesús, su Maestro y, no obstante, perseveran en la tozudez y en la cerrazón de su corazón y de sus pensamientos. Pero el lector bien sabe también, y esto el evangelista lo deja desde un primer momento plenamente al descubierto, que ellos son los que lo han dejado todo: padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas, casa, tierras y hasta su propia vida (cf. Lc 14, 26; Mc 10, 29), a fin de seguir en pos de su Maestro. Son, también los que, desarraigados de su stabilitas loci, no tiene ya dónde recostar su cabeza (cf. Mt 8, 20), los que deben continuar el viaje sin alforja, sin pan, sin dinero y sin cinto (Mc 6, 8). No obstante, o esto o aquello, de lo que realmente aquí se trata para Marcos, es de procurar mediante tal representación de los discípulos que el propio lector se haga uno con estos, pues, en el llamado a los discípulos está su propio llamado, en la ruptura de éstos con toda circunstancia que mediatice el discipulado su propio abandono con lo que les desvirtúa y entorpece en su propio seguimiento, en la falta de fe, temor e incomprensión de aquellos sus propios debilidades y flaquezas, en la constante acogida de Jesús con estos primeros seguidores luego de sus fracasos y derrotas, la oportunidad siempre latente de volverse a levantar y retomar el camino del seguimiento, en la cruz de Jesús su propio destino y en su resurrección su esperanza.

Sin embargo, hay algo que no podemos perder de vista, y es la advertencia que tras el mundo textual subyace toda la compleja vida del concreto mundo social que, a su vez, se proyecta hacia adelante desbordando al texto mismo e impactando así, de este modo, el mundo de los lectores. Por eso la tríada del detrás, dentro y delante del texto, aun cuando nos asista el pleno derecho a fijar nuestros respectivos énfasis y preferencias sobre uno de ellos en particular, nos permite esbozar una comprensión más cabal de los textos, tanto de sus orígenes, su sentido inmanente, como de sus efectos a posteriori. Pues bien, en el contexto vital del evangelio tal caracterización social de los discípulos: desarraigo de pertenencia local, desarraigo de bienes y desarraigo familiar, refleja un comportamiento y un ethos propios de un colectivo mayor que el de los “Doce”. Es el grupo de los seguidores itinerantes de Jesús, los que han asumido en su total radicalidad todas las consecuencias del seguimiento.  Respecto de aquella radicalidad ética del seguimiento versará nuestro último capítulo, en el que intentaremos desarrollar el modo en el que el evangelista buscará superar, por medio de la elaboración de una teología crucis, la tensión existente entre aquel grupo, todavía existente entre la comunidad, de carismáticos* radicales e itinerantes, por un aparte, y una comunidad establecida y con obligaciones sociales, por otra, siendo capaz de elaborar una ética de resistencia, que sin abandonar la radicalidad del seguimiento, no sea tampoco suicida ni exponga irresponsablemente a la comunidad. *Vea una cita de de las correspondencias entre el autor y el editor.

 

[12]Así, Bultmann, Historia de la tradición sinóptica (citado desde ahora como Historia), Sígueme, Salamanca, 2000, 316, quien cree que la mención toponímica en 27a corresponde al fragmento anterior en relación con 22a, la cual se comprende como un típico nexo redaccional del evangelista. También Bultmann ha visto en el mandato a guardar silencio en v. 30 y en la predicción de la pasión juntamente con el rechazo de Pedro, vs. 31-33 creaciones del evangelista, de modo que entre ambas secciones, a su juicio, no puede existir ninguna consecución temporal. El viaje de Jesús y sus discípulos al Norte no sería, en consecuencia, más que una fantasía y, por lo tanto, es menester eliminarlo. Ibid., 317.

 

[13] J. Mateos, Los “Doce” y otros seguidores de Jesús en el evangelio de Marcos, Cristiandad, Madrid, 1982, 115.

[14] Así, J. Gnilka, Marcos II., 12.

 

[15] En esta línea de inserción de Jesús en el mundo carismático* del judaísmo periférico, se declaran entre otros autores, G. Theissen y J. P. Meier, el primero hablando de Jesús en términos de un “carismático judío”, G. Theissen-A. Merz, El Jesús histórico. Manual, 268, el segundo, entre tanto, en los márgenes de un “judíos marginal”, Un Judío marginal, Verbo divino, Estella, 2002. También puede mencionarse aquí la obra de J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona, 1994, aunque con implicaciones marcadamente distintas.

 

[16] Iluminadoras resultan en mi opinión las palabras de Theissen sobre el particular, G. Theissen-A. Merz, El Jesús histórico. Manual, 267: “El ser de una persona no se revela sólo en la secuencia de las diversas fases su vida, sino sobre todo en sus relaciones interhumanas. Una persona es lo que es en sus relaciones. Y las fuentes permiten conocer bastante de estas relaciones, algunos de los datos más seguros pertenecen al ámbito de las relaciones de Jesús. Obtenemos así un perfil relativamente claro de su persona, aunque sólo para un breve segmento de su vida: el tiempo de su actividad pública”.

 

[17]Queda aquí ya de manifiesto la técnica narrativa del evangelista en lo que podríamos llamar la estrategia de “preparación-consumación”. En 6, 15 ya aparece anunciado el tema de la pregunta acerca de la identidad de Jesús, el cual encontrará su verdadero clímax, precisamente en 8, 27-30 y, mucho más aún, en 14, 61-62.  Por ello cuando Gnilka, Marcos II, 11, ve en v.28 no más que una abreviación procurad del evangelista, tomando en consideración ya la introducción más extensa sobre el tema en 6, 14b, 15, no advierte suficientemente, a  mi entender, la clara disposición narrativa que el evangelista le confiere a esta escena. Véase para un sugerente análisis del dentro del texto en Marcos, especialmente en lo tocante al texto coherente y la narrativa, el fundamental texto de D. Rhoads; J. Dewey y D. Michie, Marcos como relato. Introducción a la narrativa de un evangelio, Sígueme, Salamanca, 2002.